Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 2.

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El Via Crucis.
Al día siguiente, viernes 19, fue el Via Crucis. Nos propusimos estar cerca del Papa a como dé lugar.  Después de visitar algunos sitios vinculados a la vida del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, nos fuimos en dirección a la Plaza de La Cibeles. Queríamos volver a estar como estuvimos el día de la Misa con el Cardenal Rouco, en la mitad de la plaza de Cibeles. Nos llevamos un susto porque nos encontramos con un gentío inmenso intentando entrar en la plaza. Afortunadamente todavía había espacio. Fueron unos momentos de tensión porque la policía iba dejando entrar a las personas poco a poco pero eran cientos y cientos. Yo sentía que en cualquier momento la policía iba a decir ¡se acabó! ¡No entra más nadie!, pero gracias a Dios ese momento llegó cuando ya estaba adentro y todo los de mi grupo también. Estuvimos más cerca que el día con el Cardenal Rouco. El Vía Crucis se llevó a cabo a lo largo del paseo de Recoletos. Benedicto XVI llegó a la Plaza de la Cibeles y lo siguió a través de un televisor que se había instalado para ese propósito. El estaba arrodillado y a veces sentado, siempre  de frente al público. Junto al Papa lo veían en otro televisor el Cardenal Rouco y algún otro Cardenal que no sé quién es.  
Nosotros seguíamos el Via Crucis por las pantallas. Lo mejor fue poder estar cerca. Siempre que queríamos, con levantar la cabeza podíamos ver claramente al Santo Padre, se le veía rezando, concentrado, atento a los sucesos. 
La cruz fue recorriendo las catorce estaciones del Via Crucis. La cruz la transportaban distintos grupos de jóvenes. El coro y la orquesta de la JMJ (ambos fueron creados específicamente para las jornadas) iban cantando y tocando distintas piezas de música entre estación y estación. Al llegar a una de ellas, se hacía silencio y se leía un texto. Los peregrinos teníamos una guía con los textos de todas las ceremonias litúrgicas de esa semana y pudimos ir siguiendo todas las lecturas del Via Crucis.
El momento culminante del Via Crucis fue sin duda las últimas estaciones. El Señor con la cruz a cuestas y la crucifixión. Mientras se acercaba a la estación que representaba el Señor cargando con la cruz hacia el Calvario, el coro se calla, la orquesta se calla. Empieza a sonar por La Cibeles una saeta llamada el Rostro de Cristo. Una interpretación absolutamente conmovedora que llenó el acontecimiento de un silencio absoluto. Nadie hablaba todo el mundo rezaba. El Via Crucis continuó, se oye por las bocinas: siguiente estación, la Crucifixión. Y en medio del silencio empiezan a sonar, interpretados por la orquesta, los golpes del martillo sobre los clavos. El silencio se hizo aún más profundo. Por lo menos a mí, el sonido de los martillos a todo volumen, me hizo imaginar de un modo muy gráfico la crucifixión. Creo que fue una experiencia común porque nadie se movía y a diferencia de la saeta, cuando el sonido de los martillazos concluyó, nadie aplaudió. Otra vez, la gente rezaba. El Papa no se inmutaba, se le veía con la vista fija en la pantalla y rezando.
Concluido el Via Crucis, el Papa se pone de pie. Esta vez no lo iba a oír desde lejos sino desde cerquita. Cuando se volvió a oír por el micrófono la voz del Santo Padre, La Cibeles volvió a estallar en aplausos, emoción y entusiasmo. El Papa nos animó a no tenerle miedo a la Cruz. Cuando terminó el Via Crucis yo estaba muy contento, pude tener de frente al Papa por una hora entera.  
La salida de Cibeles fue igual que el día anterior pero se sentía cómo a medida que se acercaba la jornada final en Cuatro Vientos, la muchedumbre aumentaba.

Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 3..

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Parte 3: El aeródromo de Cuatro Vientos. 
Por último, llegó el sábado 20, la Vigilia en Cuatro Vientos con el Papa. El plan era: unas palabras del Papa, adoración al Santísimo, pernoctar en Cuatro Vientos y al día siguiente, Domingo 21, Misa presidida por Benedicto XVI.
Saliendo del Metro
Cuatro Vientos es un aeropuerto de la Fuerza Aérea Española. Nos bajamos en una estación del metro que está a treinta minutos caminado. Ya en el vagón de tren sentimos el calor humano de cientos de personas metidas en un espacio reducido. Cuando empezamos la caminata hacia Cuatro Vientos, cinco horas antes de la Vigilia, ya caminábamos con miles de personas alrededor. Iba a ser una jornada dura, el sol estable inclemente. 
Llegamos al aeropuerto y lo primero que hicimos fue buscar la comida. Comento este hecho porque para mí fue un gran logro de los organizadores de la JMJ. Dar almuerzo, merienda, cena, desayuno, merienda y almuerzo para 2 millones personas es un reto objetivamente impresionante. Un aplauso para ellos porque lo lograron estupendamente bien. 
Después de tener nuestras bolsas de comida, nos fuimos a la sección que nos correspondía: la E7. Cuando llegamos los voluntarios nos dijeron que ya la sección estaba llena que teníamos que irnos a otro sitio. No nos conformamos, insistimos un poco y logramos conseguir un sitio donde estar. El grupo tuvo que dividirse. Diez por un lado, ocho por otro pero lo logramos. 
Explicar la aventura de Cuatro Vientos es difícil. Jamás en mi vida he visto tanta gente junta. Había gente acostada y sentada en cualquier espacio de terreno que hubiera disponible. Hacia cualquier lado que miraras veías gente y más gente. Era algo muy emocionante.
Una vista aérea de Cuatro Vientos
 El calor fue un hecho que por momentos puso a la gente nerviosa. En Cuatro Vientos no hay ni un solo árbol que dé sombra y tuvimos que estar muchas horas bajo un sol que no perdonaba. El agua se calentaba tanto que refrescaba muy poco. Pero, una vez más la gente estaba dispuesta a lo que sea y poco a poco aguantó hasta que cayó la noche. Bajaron las temperaturas y todo el mundo pudo descansar. 

Por fin llegó el Papa, los gritos de millones de jóvenes eran ensordecedores. Cuatro Vientos sí que fue el culmen de la variedad. Blancos, negros, morenos, amarillos. Pelirrojos, catires, pelo negro. Religiosos de todas las órdenes religiosas imaginables. Aquí si es verdad que podían conseguirte con lo que quisieras. Y sin embargo, todos gritaban lo mismo: ¡Que viva el Papa! ¡Esta es la juventud del Papa! ¡Beeeenedicto! Es la maravillosa experiencia de la pluralidad viviendo el lema de la jornada ¡firmes en la fe! 
Mientras el Papa llegaba a Cuatro Vientos y se desarrollaba la ceremonia de bienvenida, había una nube negra amenazante que tenía a todos a la expectativa. Un poco de lluvia a las 5 de la tarde hubiese venido estupendo pero a las 8 de la noche cuando el Papa se disponía a hablar no emocionaba tanto. Sin embargo, sucedió. Cuando el Papa empezó a hablar se desencadenó una tormenta de agua con viento impresionante. Decidimos usar las chaquetas y los impermeables para proteger los sacos de dormir y la comida. Al principio pensábamos que la ceremonia podría seguir pero el viento y el agua arreciaron. El Papa tuvo que ser protegido por varios paraguas. En medio de todo esto, una cosa estaba clara: de aquí no se va nadie. La firmeza del Papa, que no se movió de su asiento, contagió a los presentes que empezaron a cantar y a gritar. Me consta que queríamos hacer sentir al Papa nuestro apoyo. Él había ido a vernos y nosotros habíamos ido a verle. De ahí no nos íbamos, lloviera lo que lloviera. A pesar de eso, la lluvia se alargaba y no paraba. De repente, todo el mundo empezó a rezar. A mi derecha un grupo de peregrinos rezaba en voz alta el Acordaos, yo empecé a rezar una estampa a San Josemaría. A mi izquierda, un grupo de monjas cantaban el conocido poema de Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta. La petición unánime era: ¡que escampe! Y escampó. Después de unos diez o quince minutos se volvió a oír la voz del Santo Padre: “Queridos amigos….” No pudo hablar más. Haber aguantado el sol y después la lluvia había puesto a todo el mundo en un espíritu de batalla y volver a oír la voz del Papa fue como la señal del triunfo. Todos gritábamos. Estábamos muy emocionados. El Papa no pudo hablar por varios minutos, los gritos no lo dejaban. Por las pantallas se le veía muy conmovido.  “Hemos vivido una aventura juntos…” otra vez aplausos y gritos. Con un orgullo peculiar gritábamos a todo pulmón ¡Esta es la juventud del Papa!
El Papa rezando ente el Santísimo
Por fin el Papa pudo terminar sus palabras y salió para revestirse para la bendición con el Santísimo. Se expuso el Santísimo y empezó la Adoración Eucarística presidida por el Papa. El millón y medio de personas que antes sudados y mojados gritaba, ahora se pone de rodillas y calla. Todos nos sentíamos acompañando al Papa en su oración. Después de un rato de adoración, el Papa nos dio la bendición con el Santísimo y se despidió. Se fue entre aplausos pero sobre todo se fue dejando en nosotros una profunda admiración por todo lo que aguantó y resistió. Estoy seguro de que por mucho menos de lo que tuvo que soportar Benedicto XVI la noche de Cuatro Vientos, un artista de rock se hubiese retirado del escenario y cancelado el concierto. 
Al irse el Papa comenzó la aventura de pasar la noche en Cuatro Vientos. Empezó la gente a dormirse y alrededor de la 1 am, las parcelas del aeropuerto eran millares de sacos de dormir y sábanas por el piso. Tenías que tener cuidado al caminar para no pisar la cabeza o los pies de alguien desconocido. También como es lógico en una concentración de jóvenes, muchos no quisieron dormir. Yo estuve andando por ahí hasta las 3 de la mañana y siempre vi gente cantando, hablando y mucha gente rezando. A las 2.30 de la mañana fui a una de las capillas que tenían el Santísimo para hacer un rato de oración con mi hermano. Estaba repleta de gente. Incluso algunos sacerdotes confesando. Es una imagen que remueve y que encarna lo que el Papa repitió mucho: la Iglesia está viva. 
La gente en una de las parcelas
Cuando por fin me digné a acostarme, había un hormiguero justo donde iba a ponerme. Tuve que buscar otro huequito por ahí. Lo conseguí y me acosté. A mi derecha tenía tres personas que no conocía. Frente a mí otras que tampoco conocía. Pero así como eran desconocidas para  mí, yo lo era para ellos pero la verdad es que esa noche a nadie le importó. Cuando me desperté en algún momento de la madrugada, abrí los ojos y tenía el pie de alguien envuelto en una sábana frente a mí. Volteé la cabeza y me conseguí con la cabeza de uno de mis amigos a pocos centímetros. Traté de ponerme de lado pero tenía los pies de otro amigo mío en la mitad del camino. Así fue la noche de Cuatro Vientos pero a absolutamente nadie le importaba. Todos estábamos felices. Exhaustos pero felices. 
A las 7.30 de la mañana, un fulano apodado “El Pulpo” que fue el animador de los eventos de la JMJ, gritaba ¡Buenos Días Cuatro Vientos! Yo estaba un poco aturdido y no entendía porque nos despertaban a esa hora si faltan todavía dos horas y media para la Misa. Vi a mi alrededor y me di cuenta de que no era el único en esa situación. Pero bueno, después me pareció lógico que para despertar a millón y medio de personas hacen falta 2 horas y media. 
El Papa llegó y otra vez la gente salió corriendo hacia las barandas. Pero, el Papa tampoco pasó por la zona donde yo estaba. Pero estaba tranquilo, la tarde del Via Crucis para mí fue suficiente. 
La Misa fue muy emocionante. Es como obvio decir eso cuando quien celebra es el Papa y quién participa de ella es un grupo millonario de personas jóvenes. El coro y la orquesta interpretaron de manera impecable el repertorio y en algunos momentos fue difícil contener las lágrimas. El Gloria fue particularmente vibrante. El Papa en la homilía insistió en que no se puede seguir a Cristo fuera de la Iglesia. Me imagino que estaba saliendo al paso a ese argumento tan difundido de que “yo creo en Dios pero no creo en la Iglesia.” En la Consagración vivimos otra vez ese momento tan peculiarmente emocionante del silencio en medio de semejante multitud. 
Tarima de Cuatro Vientos
Antes de concluir el Cardenal Rouco le dirigió unas palabras a Benedicto XVI. No son textuales pero más o menos decía: “Santo Padre estos jóvenes están dispuestos a encarnar el Evangelio y ser apóstoles en sus lugares de residencia. Esta es Santo Padre la juventud del Papa. Puede contar con ellos.” Un aplauso atronador sacudió Cuatro Vientos. Yo me volteé y le dije quién tenía al lado, ¡en qué compromiso nos ha metido el Cardenal! Pero el compromiso máximo fue en el que nos metió el Papa. Antes de terminar la Misa, nos dirigió unas últimas palabras. Justo antes de decir “Muchas Gracias”, nos dijo: “queridos amigos, ¡no me defraudéis!” 
Con estas ideas en la cabeza, caminé las 2 horas que nos tomó salir de Cuatro Vientos.
Al día siguiente abordamos el avión que nos trajo de regreso a San Juan.
Muchas gracias Benedicto XVI por esta experiencia.
P.D: si alguno de los miles de voluntarios de la JMJ lee esto, quiero que sepa que estoy muy agradecido. Su trabajo fue impecable.

La familia de un ingeniero constructor

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Treinta y dos niños y quince miembros del staff llegamos a la hacienda donde estaríamos por los próximos diez días. Prometían ser intensos y llenos de diversión y también de trabajo. Gracias a Dios, trabajo y diversión no necesariamente son conceptos opuestos. 
Los niños invadieron los terrenos y una cosa quedó clara, llevaban semanas esperando ese momento. Por fin, ¡empezó el campamento! Los miembros del staff atendían cosas varias de logística. Yo me fui a revisar mi principal preocupación: los baños.
Varias semanas antes se había empezado la remodelación de unas áreas de la hacienda para construir unos baños más cómodos para el campamento. Sin embargo, unas fuertes lluvias cayeron por días sin fin y retrasaron la construcción. Antes de llegar sabíamos que los baños no iban a estar listos. Ideamos un plan B pero no se descartaba de ninguna manera terminar los baños cuanto antes. Con optimismo, animé al Ingeniero a que siguiera trabajando duro y le dije que contaba con mis oraciones. 
Un día, después de que se fueron los obreros, vi a una señora montada en una escalera y pintando. Me llamó la atención y pregunté quién era. Para mi sorpresa, era la hermana del Ingeniero constructor. Se había enterado del apuro en que se encontraba su hermano y decidió ir ayudarlo a terminar su trabajo. Al día siguiente, además de la señora me fijé en dos personas más. Volví a preguntar, era el esposo de la señora y su hijo, es decir, el cuñado y el sobrino del ingeniero. Luego apareció un cuarto personaje, otro de los hermanos del responsable de la construcción. Todos iban a apoyar. 
Con un capital humano tan comprometido, la jornada de trabajo se alargó y se hizo más eficiente. Primero trabajaba el personal contratado y después, la familia del ingeniero constructor. Con semejante ritmo de trabajo, a los 4 días de haber comenzado el campamento, era una realidad: teníamos los nuevos baños disponibles. 
Yo estaba conmovido ante semejante manifestación de solidaridad familiar. Pensé que es un ejemplo palpable de cómo la familia es célula fundamental de la sociedad.  Pensé que hay ciertas situaciones que, de no resolverse, paralizan al individuo y sin él se retrasa el progreso de la sociedad. Se fue la luz, no hay pan para el desayuno, Mariana se fue al colegio sin el uniforme de deporte. Son problemas sencillos pero son los problemas reales. Ante ellos, la experiencia nos muestra que el principal recurso es la familia. Es además, el recurso más incondicional porque su fundamento es el cariño. Por eso creo que la historia que narré es un ejemplo palpable del rol indispensable de la familia. Un trabajo por terminar (los baños), del cual depende el funcionamiento de 45 personas (la sociedad). ¿Quién apareció? No fue el alcalde, ni la alcaldía, tampoco una ONG. Apareció la hermana, el hermano, el cuñado, el sobrino y con ellos se logró el objetivo. ¿Quién resolvió? La familia.

GRACIAS

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El 28 de Septiembre es mi cumpleaños. Ese día en el año mil novecientos noventa y algo o capaz era en el dos mil y poquito, da lo mismo, fui al mediodía a la entrada del colegio a recoger la lonchera que me dejaba mi mamá todos los días  para que pudiera almorzar comida recién hecha. El portero, el señor Carlos Moreno, que con su piel hace honor a su apellido, me recibió con el cariño acostumbrado y me dio mi lonchera. Fui al cafetín a almorzar con algunos panas, y al abrir la lonchera encontré algo distinto a lo acostumbrado. Una notita, con la inconfundible letra de mi mamá que decía: “Juani, feliz cumpleaños, te quiero mucho. Mami.” Con algo así, ¿a quién no se le alegra el día?

Un día del verano de finales de la década de los dos mil fuimos 4 o 5 de mis hermanos, no me acuerdo exactamente, junto con mis papás a renovar el pasaporte. Mis papás y mis hermanos fueron juntos en un carro, yo me fui por separado en otro porque en esos momentos vivíamos en sitios distintos. La oficina donde teníamos que renovar el pasaporte estaba lejos de la ciudad y era una zona bastante desconocida para mí. Además el carro que estaba manejando no estaba en las mejores condiciones. Yo llegué antes que ellos. Cuando nos encontramos, me conmovió oír de mi papá: “Juani, menos mal que llegamos, tu mamá estaba preocupadísima de que te perdieras o no llegaras bien. Nos quedamos atrapados en el tráfico y ella dijo que quería montarse en una moto para poder llegar rápido y saber que estabas bien.”

Otro día, esta vez no tengo ni idea de que en qué año o época fue, mi mamá empezó a sentirse mal. Dijo que quería acostarse un rato y que por favor, nadie la interrumpiera. Sin embargo, no mejoró. Cuando mi papá la llevó al hospital, le hicieron unos exámenes y entonces se supo lo que tenía: una deficiencia de hierro en la sangre. Había agotado todas las reservas del cuerpo y tenía algo así como  agotamiento crónico. Se me quedó grabado en la memoria que el cuerpo tuvo que literalmente detener a mi mamá que por ayudarnos, se había olvidado de descansar lo suficiente. ¡Hasta las reservas de hierro las había consumido! (Perdonen la imprecisión científica pero lo estoy contando como lo entendí en ese momento y como se quedó grabado en mi memoria.)

He oído contar, medio en serio y medio en broma, que cuando nacimos mi hermana y yo, felicitaron a mi mamá. Cuando nacieron Carlos y Tomás, se impresionaron de que llegaran tan rápido. Cuan nacieron Ruth e Iraida, algunos se pusieron bravos y otras, bravas. Pero cuando nació Mariana, se les quitó el enfogono. Ya cuando nació Irene, le volvieron a hablar. Y cuando nació Miriam, no les quedaba más remedio que reconocer su fortaleza y la felicitaron otra vez. Gracias a su generosidad y la obvia e indispensable colaboración de mi admirado padre, tengo ese regalo grandísimo que son mis hermanas y mis hermanos.

Última historia. Un domingo,  estábamos en un almuerzo con algunas familias amigas. Cerca de las 6, mi mamá y mi papá, dicen que nos vamos porque había que ir a Misa. Ante los reclamos de varios de los presentes, decían que por faltar un domingo a Misa no pasaba nada, la firmeza de mis papás en que había que irse me quedó grabada. Entendía qué significa vivir nuestra fe con seriedad. 

Mi abuela me contó que ella ha pensado que las mamás tienen que ser como un arco que debe estirarse para que los hijos (las flechas), lleguen lo más lejos posible. Por eso hoy, día de las madres, escribo estas anécdotas porque son evidencia para mí de lo mucho que se ha estirado mi mamá y de lo mucho que se estiran tantas madres en el mundo para que nosotros, sus hijos, lleguemos hasta donde queremos llegar. No tengo otra palabra para decir, solo puedo decir, gracias, Muchas Gracias.

Por qué creemos lo que creemos.

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Era el siglo II D.C. Las calles de Roma estaban abarrotadas de gente. En el camino que llevaba al Coliseo el ruido era ensordecedor. Se oían gritos a todo pulmón profiriendo los insultos más agresivos que podrían decirse. Había gente que lloraba desconsolada. Con la cara marcada por el dolor muchos rezaban serenamente.
En medio de todo este caos, iba Telésforo, Obispo de Roma, el Papa de la naciente Iglesia. Había sido condenado a muerte por un delito que empezaba a hacerse cada vez más común: ser Cristiano. El Papa iba rezando y daba la bendición a todos los cristianos que lograba reconocer entre la multitud. 
Entre los presentes, había quienes no entendían porqué estaba tan tranquilo alguien que iba camino a la crucifixión. Junto con otros, se preguntaban cómo era posible que habiendo tantas condenas a muerte en las últimas semanas, el Cristianismo se seguía expandiendo. Para ellos era una profunda contradicción la realidad evidente de que mientras más cristianos morían, más gente se convertía a esa “secta”. El régimen del terror iniciado en su contra no estaba funcionando.
Estas líneas me las inventé luego de quedar hondamente marcado por dos novelas que acabo de terminar de leer. La primera se llama Marcus. La segunda, Grain of Wheat. El autor es Michael Giesler. Los libros cuentan la gran aventura humana y espiritual que supuso vivir y difundir la doctrina de Cristo durante los primeros siglos. 
Sin entrar en dramatismos, mi conclusión constante era: ¡Qué inmensa distancia hay entre nosotros y la fortaleza, la fe, la caridad de los primeros cristianos!
A lo largo del libro, no podía dejar de hacerme preguntas.  ¿Qué vieron en la fe aquellos primeros cristianos para perderle el miedo a las formas más crueles de muerte?,  ¿Qué había en esa “nueva espiritualidad” que logró mover a tantos hombres y mujeres a cambiar radicalmente su visión del mundo?, ¿Qué descubrieron en el mensaje del Carpintero de Nazaret tantas personas que decidieron dejarlo todo para seguirle?, ¿No es esa fe, esa nueva espiritualidad la misma que creemos hoy en día los cristianos?, ¿Ese Carpintero de Nazaret, no es el mismo a quién hoy día la Iglesia nos propone imitar? En definitiva, ¿por qué nosotros, cristianos del siglo XXI, no vivimos la fe con la intensidad con que lo hicieron en los primeros siglos?
Después de mucho pensarlo, ofrezco una posible respuesta. Hemos llegado a creer que nuestra fe son un conjunto de normas que hay que cumplir. Si las cumples te vas al cielo, sino al infierno. Y ya. Se acabó. En eso consiste nuestra fe. Ahora, pienso que la fortaleza y ejemplaridad de los primeros cristianos se apoyaba en que veían en la fe algo mucho más potente que un conjunto de normas. Hay algo que ellos veían que nosotros no estamos viendo. Ofrezco otra posible respuesta, ellos encontraron que la fe era sobre todo amar incondicionalmente a una persona. Concretamente amar la persona de Cristo, que ya había muerto en la cruz por cada uno de ellos.  En su esfuerzo por amar a esa persona es donde encontraron la vitalidad, el dinamismo y la fuerza del Cristianismo. Urge que nos reencontremos con esta perspectiva de nuestra fe. La visión del Cristianismo como un conjunto de reglas es aburridísima. Pero el Cristianismo, por definición, no puede ser aburrido. La fe católica es en última instancia amar, y amar siempre es emocionante. Pienso que ese fue el gran descubrimiento de los primeros y por eso, fueron capaces de hacer lo que hicieron.

La rebeldía necesaria

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Se iban acercando las cuatro de la tarde. Los asistentes iban llegando poco a poco y  se les iba asignado su sitio en la sala de estar. La sala tiene dos sofás y tres sillones individuales, normalmente atiende a once personas. En esta oportunidad estaba haciendo el esfuerzo de recibir a treinta. Y lo logró. El aire acondicionado también puso de su parte, estuvo fajándose durante hora y media para que nadie tuviera que pensar en el calor.
Pasados pocos minutos después de la hora acordada, hizo entrada la persona esperada. Se sentó en uno de los sofás. Escogió el extremo izquierdo del mueble y desde ahí nos habló. “He estado pensando en qué debo decirles, no es fácil…” fueron sus primeras palabras.  Luego continuó, “alguna vez oí a un amigo hablar de un gran personaje del siglo XX. El decía que podía definirse a ese personaje en dos palabras. Bastaba decir que era un rebelde. Como yo considero que ese personaje es digno de imitar, decidí que vendría a proponerles que sean como él, unos rebeldes.” Solo Dios sabe lo que esa afirmación supuso para los presentes. Para nadie fueron indiferentes, para algunos supuso cosas muy serias. A pesar de que en la sala no cabía nadie más, no había sensación de gentío. El tono familiar y sencillo del invitado hacía que todos sintieran que estaban en confianza. Al mismo tiempo, quienes oían sabían que se estaban diciendo cosas importantes y que no podían desaprovecharlas.
“Un rebelde…” continuó nuestro interlocutor… “es quien no se conforma con la mediocridad, quién aspira a mejorar el mundo que lo rodea, quién no se deja llevar por la presión del grupo”. Ser rebelde es no ir siempre con el flow, así lo resumió uno de los que estuvo ahí y me parece que captó exactamente lo que se quería transmitir. Lo cierto es que después de estas palabras, la expectación por las que vendrían después creció.  Cualquiera que abriera un poquito la puerta y, sin distraer a los oyentes, se fijara en sus rostros, percibiría interés y emoción.
Nuestro invitado hizo una pausa, cruzó las piernas, y continuó. “Para ser rebeldes, debéis en primer lugar ser personas con grandes ideales. Debéis aspirar a lo grande, a lo valioso, a lo exigente.” Algunos de los oyentes se echaban hacia delante. Se fijaban en el hablador como si la intensidad de sus miradas pudiera grabar en su memoria lo que iban escuchando. Lo próximo que oyeron fue esto: “quien no tiene grandes ideales, pasará a la historia como aquellos que por comodidad o egoísmo dejaron esta tierra sin enriquecerla.”  En este momento, alguien concluyó: para eso no he venido yo a la tierra.
El visitante prosiguió, “además de tener grandes ideales, los rebeldes deben ser personas generosas. Deben estar dispuestos a dar sin recibir, a sacrificarse sin beneficios a corto plazo, a invertir tiempo y esfuerzo que no serán recompensados con dinero.”  Con esta afirmación algunos pensaron que el invitado se había equivocado. Sin embargo, siguieron escuchando, “los rebeldes están dispuestos a todo, no porque están locos, sino porque la grandeza de su ideal lo justifica.” Y aquellos que pensaron que el invitado se había equivocado, rectificaron y ahora pensaban: tiene razón.
Pero la historia no se acaba aquí. Faltaban todavía cosas por oír y nadie tenía inconveniente con que eso fuera así.  Antes de continuar,  quien hablaba recorrió la sala con la mirada. Luego dijo: “pero no basta, no basta con tener grandes ideales y ser generosos.” Todos pensaron que el reto de ser rebeldes se iba complicando pero el interés lejos de disminuir, aumentaba. Nadie hablaba, solo se oía la voz de quién llevaba la conversación y el ruido del aire acondicionado. Nadie intercambiaba miradas, todos los ojos fijos en el invitado de la tarde. “No basta, -continuó-  porque el rebelde es también alguien capaz de darse. ¡Que quede claro!, no solo capaz de dar, sino de darse. Los grandes ideales de un rebelde no son solo proyectos de superación personal, sino sobre todo, un proyecto en el que su superación personal está estrechamente unida a su esfuerzo por la superación de sus semejantes.”
Quien hablaba también era víctima de la emoción del momento que se vivía. Al ver tantos ojos jóvenes fijos en sus gestos y atentos a sus palabras no podía contenerse. Mientras decía ¡que quede claro!, se golpeaba el muslo con el puño, parecía que quisiera con esos golpes sellar en el alma de sus oyentes el mensaje que estaba transmitiendo. Y lo logró, igual que la sala de estar había logrado recibir a mucha más gente de lo normal.
Llegó el momento de culminar. La voz sencilla y amigable volvió a sonar, “por último, quien desea ser rebelde en esta vida, debe ser un hombre que sabe perdonar.” ¿Y esto que tiene que ver con la rebeldía? se preguntaron algunos. La respuesta no tardó en llegar. “El rebelde, por definición, será incómodo para muchos. Para los pusilánimes, para los egoístas, para los cómodos, el rebelde encarna el reproche de su propia conciencia que los llama a salir del conformismo. Por eso, algunas veces tratarán de deshacerse del rebelde, y es posible que no sea de buena manera. Pero si el rebelde sabe perdonar, eso le traerá sin cuidado y continuará en su rebeldía, ayudando a todos. Especialmente a quienes lo rechazan. ¿Queda claro?” Silencio en la sala. Quién estuvo hablando sonrió, sabía que había puesto un reto a quienes lo escucharon. Quienes estuvieron escuchando también sonrieron, sentían el peso que habían puesto en sus hombros pero estaban alegres porque estaban dispuestos a cargarlo. El invitado no quería irse sin una última advertencia, así concluyó: “una cosita más, los rebeldes no se conforman con andar solos. Buscan a otros. Todo rebelde auténtico busca hacer de los demás, otros rebeldes. Rebeldes como hemos hablado. Rebeldes magnánimos, generosos, dados a los demás y que sepan perdonar.”
El invitado se puso de pie. La misma sala que una hora antes estaba llena de expectativa, ahora está llena de ambición. Ambición buena, ambición de transformar el mundo. Unas últimas palabras de despedida fueron correspondidas con cariño y agradecimiento. Nuestro invitado caminó hacia la puerta y salió.  Los demás quedaban adentro, ¿y ahora qué? pensaban. La respuesta resonaba con fuerza en cada uno: ahora, nos toca ser rebeldes. Rebeldes auténticos.

El reto de usar Internet.

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Qué duda cabe de que el Internet es una auténtica revolución en el mundo. Es una herramienta que tiene una versatilidad como pocas cosas en la tierra. Lo usamos niños, jóvenes y adultos. Sirve para entretenernos, para comunicarnos y para trabajar. Cada vez la navegación es más rápida. Cada día hay más información disponible. Por ejemplo, he descubierto la maravilla de escribir “How to …” o “Cómo hago…” en Google o Youtube y en pocos segundos encuentro una explicación perfectamente detallada de lo que necesito hacer. También descubrí I Tunes U, una aplicación de I tunes que tiene montones de cursos de universidades muy prestigiosas (Georgetown, New York University, Duke) para bajar gratis. Por último, y probablemente lo más importante, cuando algún juego de la Liga Española de Fútbol o de la Champions League no lo están transmitiendo por TV, internet me salva la tarde. En síntesis, internet es una maravilla. 
Pero, lamentablemente siempre hay un “pero”, sabemos que Internet también ha traído algunos problemas: robo de identidad, fraudes bancarios, robo de información privilegiada o confidencial, etc. Hay que reconocer que todos estos problemas existían antes de Internet pero es innegable que la web los ha facilitado.
Ahora, a mi juicio, los problemas más serios que ha significado Internet son: por un lado, la inmensa cantidad de tiempo que se puede tirar a la basura y, por otro, la facilidad con la que se accede a contenidos inmorales. Pienso que son los más graves por numerosas razones. En primer lugar, suceden todos los días. Luego, afectan a un universo inmensamente mayor que cualquier otro problema que haya traído internet. Por último las consecuencias prácticas son gravísimas. La pérdida de tiempo supone un potencial humano que puede y debe ponerse en servicio de la sociedad y que se está desperdiciando. Y, respecto a las páginas inmorales, no nos logramos hacer una idea del inmenso daño que están causando en nuestras sociedades.  Se han convertido en un modo muy eficaz de destruir la noción de bien en las voluntades humanas. 
Preocupado por esta situación, un amigo vino a plantearme en noviembre un proyecto que ayudará a los padres de familia a tener un mejor y mayor control sobre los contenidos y las páginas que sus hijos ven a través de Internet. El proyecto también está orientado a ayudar a los adultos que quieren evitar el continuo bombardeo de inmoralidad que recibimos al trabajar en la web.
En una tarde, trabajando juntos, me dijo que teníamos que lograr que la gente pudiera navegar en internet sin estar constantemente expuestos al riesgo de naufragar en internet. La comparación me pareció simpática.  Es real que ingresar a la World Wide Web puede terminar mal y sin embargo, lo hacemos todos los días.  Por eso, todos aquellos que de uno u otro modo somos responsables de proporcionar acceso a Internet (papás, mamás, patronos, universidades, colegios, etc.) debemos ser proactivos y atacar del modo más eficaz posible los problemas que Internet nos presenta, especialmente la pérdida de tiempo y el acceso a contenidos inmorales. La gente tiene que poder navegar sin naufragar en la web. De lo contrario Internet se convierte en un instrumento absurdo, nace para el progreso de la sociedad pero se usa para el derroche del recurso más importante para lograr ese progreso (el tiempo) y para la destrucción de la base de toda convivencia cívica (la moral). En el fondo, cada usuario hará en Internet lo que le dé la gana; pero, debemos y podemos ayudar a que Internet se utilice como lo que es: una herramienta eficacísima para la comunicación humana, para la difusión de conocimiento, para el entretenimiento.

El Niño Jesús

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En Venezuela, quién trae los regalos el 25 de Diciembre no es Santa Claus, ni Papá Noel, ni San Nicolás. Es el Niño Jesús. 
Recuerdo que un día, en el Liceo Los Arcos, donde estudié la educación básica, surgió entre los compañeros del salón la discusión de si existía o no el Niño Jesús. ¡Qué debate tan intenso! Debo confesar que yo estaba en el grupo que defendía con todas sus fuerzas  la existencia del Niño Jesús. Recuerdo, que a mi corta edad, me parecía una enorme falta de fe no creer en Él. Todo era obvio: nacía un Niño. Ese Niño es Dios. Dios todo lo puede.  Entonces, ¿Por qué no iba a ser  Él quién me traía los regalos?
Después de acabar la discusión en el salón de clases, mi convicción no había sido afectada en lo más mínimo. Sin embargo, había decidido que al llegar a casa hablaría con mis papás. Ellos confirmarían mis argumentos y yo, podría ir al día siguiente a la escuela y recordarles a mis amigos incrédulos lo equivocados que estaban.
Recuerdo con nitidez cuando llegué al Apartamento 11-A del Edificio Caroní en la Urbanización Santa Fe. Esa dirección no se me olvidará nunca, fue la primera vez que me aprendí la dirección de mi casa.
Entré en el apartamento e inmediatamente interpelé a mi mamá. ¡Mami tenemos que hablar!, mi mamá me invitó a que nos sentáramos en la sala de estar que estaba entrando a la derecha. Nos sentamos juntos. Usamos el sofá que estaba debajo de un cuadro con tres pescadores que ha estado en mi casa desde que yo tengo memoria. Un minuto después, mi papá se incorporó a la conversación.
Recuerdo que el escenario me resultaba perfecto.  Mis dos interlocutores eran las personas con autoridad indiscutible en cualquier tema.  Mi papá y mi mamá no se podían equivocar y yo pensaba que en cuestión de minutos me dirían: Juani, no te preocupes, esos niños de Los Arcos son unos mentirosos. El Niño Jesús claro que existe.
Y entonces, sin anestesia, lancé mi pregunta: ¿Verdad que el Niño Jesús si existe? Hubo un silencio. No tengo la más mínima idea de qué sintieron mis padres en ese momento. No sé si se asustaron. Si no supieron que contestar. Si se pusieron nerviosos. Simplemente no sé. Yo no percibí nada en ese momento.
Pero al fin llegó la respuesta. Una respuesta fue extraordinaria. ¡Yo tenía razón! ¡El Niño Jesús existe! Claro, ellos me explicaron que no es un niñito que se mete por debajo de la puerta, ni por la ventana, mucho menos por la chimenea. Tampoco es ese niñito quien  físicamente hace/compra, envuelve y trae lo regalos. Me dijeron que ellos son los que compran, envuelven y ponen los regalos en el Nacimiento (en mi casa  siempre se han puesto los regalos en el nacimiento, no en el arbolito). Pero me aclararon que el Niño Jesús ayuda  a mi papá en el trabajo para que pueda ganarse el dinero para comprar los regalos, es Él quién hace que mi mamá encuentre lo que nosotros pedíamos en la carta, es Él quién nos cuida a lo largo del año para que todos podamos llegar a navidad sanos y salvos, etc. La conclusión para mí era clara, sin el Niño Jesús en mi casa no habría nunca regalos en Navidad.
Ok, lo admito, descubrir que Él personalmente no trae los regalos fue un shock. Pero, en el fondo, eso a mí que me importa. Es más, si mis papás ayudan a al Niño Jesús, ¡mejor! Que divertido pensar que mi papá y mi mamá tienen que trabajar junto con el Niño para traerme los regalos.
Hoy, sigo creyendo que el Niño Jesús existe. Este año, le pedí una mochila con ruedas para poder llevar caminando los libros a la universidad, también le pedí el concierto 360 de U2  en Los Ángeles y lo más importante, una bolsa de Marshmallows. Todo me lo trajo. Se lo agradezco un montón. Pero también le agradezco y pienso que todos debemos hacerlo, tantos detalles de cariño y atención que nos hace el Niño Jesús a lo largo del año a nosotros y a nuestras familias.
Gracias a todos los que con su lectura, con sus textos o con sus comentarios han ayudado a enriquecer este blog.
Disfruto pensando que en este rincón de internet, puedo venir y recordar que hay gente buena en el mundo. Que la tierra en verdad es un sitio lleno de alegría. Que los dramas y tragedias que vemos en los medios de comunicación, son solo una porción de la realidad. La otra porción,  es un universo inmenso de historias sencillas, que no logran estar en los grandes titulares, pero que contienen  la verdadera riqueza del hombre, su capacidad de amar y de servir a sus iguales.
¡Feliz Navidad! ¡Feliz año!

No tengo tiempo

Tiempo de lectura: 3 minutos

No tengo tiempo es probablemente una de las frases que más se pronuncian en nuestra sociedad. Es comprensible, el tiempo es el recurso más importante para lograr nuestras metas y continuamente tenemos la sensación de que es un recurso escaso.  
He oído decir no tengo tiempo a un abogado en ejercicio, casado, con hijos, miembro de la junta de vecinos de la urbanización, profesor de doctrina católica, estudioso del latín y de la filosofía. También he oído decir no tengo tiempo a un estudiante universitario, soltero, sin hijos, sin trabajo profesional ni personas que mantener, sin ninguna actividad extracurricular y en no pocas ocasiones con malas notas. Tanto para el abogado como para el estudiante universitario cada hora del día son 60 minutos y cada minuto son 60 segundos. Es decir, desde el punto de vista matemático ambos  cuentan con el mismo tiempo para cumplir con sus responsabilidades.  Uno tiene una carga de responsabilidad evidentemente más exigente pero de todas maneras tanto el primero como el segundo tienen la misma queja: no tengo tiempo.  Claramente hay algo que no cuadra, ¿dónde está el problema?
Se pueden decir muchas cosas para contestar esta pregunta. Me limitaré a una. Surgió en una de esas agradables conversaciones durante la cena. El tiempo es relativo, es simplemente la envoltura de las cosas que hacemos dijo uno de los comensales. Los que lo oímos nos reímos. El autor ya tiene prestigio por sus frases audaces que rompen  esquemas y paradigmas con años de estabilidad. A veces gozan del apoyo popular pero otras veces son rechazadas y el rechazo viene acompañado con denuncias de manipulación y reduccionismo. Sin embargo, el tiempo es la envoltura de las cosas que hacemos fue una frase exitosa.
No es lo mismo decir “tengo una hora para hacer esto”, a  decir “en una hora voy a hacer esto”. En la primera frase, el tiempo condiciona nuestra capacidad de acción. En la  segunda, logramos dominar el tiempo para hacerlo rendir tanto como necesitamos que rinda. Es verdad que 60 minutos son 60 minutos y luego del minuto 59 con 59 segundos, la hora se acabó. Pero, en ese espacio el estudiante universitario ha hablado por teléfono con 2 amigos y 2 amigas y ha leído un poco para la universidad mientras revisa facebook. El abogado en cambio, ha despachado 2 clientes, hizo la cita con el médico para su hija, pagó por internet el colegio de sus hijos, le mandó unas flores a la esposa, preparó su clase de doctrina católica y … revisó facebook, que hoy en día es casi más importante que todo lo demás.  Así se entiende que el tiempo es la envoltura que de las cosas que hacemos, depende de nosotros cuantas cosas queramos meter dentro de los mismos 59 minutos con 59 segundos. 
Muchísimas veces se argumenta que no se puede trabajar más en servicio del bien porque no tengo tiempo. La realidad demuestra que no es tan así, todavía podemos meter mucha más actividad en la envoltura. Siempre pueden hacerse rendir mucho más los 60 segundos que componen cada minuto de nuestra vida.

Las Catacumbas

Tiempo de lectura: 4 minutos

Escrito por: Belisa Guzmán
Una de las muchas cosas buenas de pasar un tiempo en el desierto es que la inmensidad y la nada te abren los sentidos y te dan claridad de mente para pensar mucho. Hay una idea que viene rondándome la cabeza desde hace ya algunos meses pero no ha sido hasta hoy en que he decidido ponerlas en palabras.
Rafa (mi esposo) y yo vivimos en Ruwais, un pueblito (déjame ser honesta) ni siquiera es un pueblito, es un gran campamento construido porque una refinería de petróleo muy grande queda aquí y la mayoría de la gente que aquí reside es porque allí trabajan. La ciudad más cercana nos queda a dos horas y media de camino, Abu Dhabi. Desde que llegamos hemos tenido la dicha de poder ir a misa todas las semanas, a pesar de que se trabaja sábados y domingos.
La experiencia es de lo más especial. Debido a que este “campamento pueblo”,  es  propiedad de ADNOC (la PDVSA de emiratos),  la comunidad católica no tiene permiso de construir una iglesia en donde reunirse, ya que a pesar de existir libertad de culto no se justifica una iglesia en un campamento del estado que obviamente es musulmán. Aquí los católicos, conformados principalmente por gente de Filipinas y de la India,  tienen una logística organizadísima en donde van cambiando de casa todos los martes para celebrar las misas en lugares diferentes. Yo le digo la logística de las “catacumbas”, porque se basa en no molestar a ningún vecino árabe dos semanas consecutivas y así evitar motivos para que se ponga a averiguar esas reuniones  extrañas en donde un gentío diferente entra a una casita pequeñita y cantan canciones. 
A cada misa van al menos unas 80 personas, incluyendo muchísimos niños, que además asisten a clases de catequesis semanales. De todas las personas que asisten solo 4 somos “occidentales”.  El sacerdote, que también es de India,  tiene que venir desde Abu Dhabi para dar la misa, a las siete y media! Luego va a otro campamento a dar misa a las 8 y media!!! Y luego regresar dos horas y media más hasta su casa!!!!! Los sacerdotes hacen eso todos los días en diferentes pueblos.
En esa casa sencilla, en un altar modesto con una pequeñísima cruz, se realiza el milagro de la Transubstanciación y Jesús se hace presente para que cada uno de nosotros podamos compartir el gran banquete del Pan de la Vida eterna. Allí en ese momento uno simplemente se da cuenta de lo maravilloso que es pertenecer a la iglesia católica.
Eso es la Iglesia, la gran familia que te acoge en cualquier rincón del mundo en donde estés. En este país musulmán, que pudiera parecer un poco hostil, uno se encuentra con una brújula guiadora que te recuerda que en el mundo lo más importante es ganarse el cielo y conocer cada día a Jesús para intentar imitarlo un poco más.  Esa Sra. india que tengo al lado, que en tantos aspectos es tan diferente a mí, en el fondo somos parecidas porque nos une una misma lucha y una misma Fe.
Sin duda aquí no es nada sencillo, que esa misa suceda requiere un esfuerzo de mucha gente, del sacerdote, del que presta su casa, del diacono organizador, de la gente que acude, de todos.
Desde aquí me doy cuenta que uno es muy afortunado de haber crecido en un país católico, pero al tenerlo todo tan “a pata de mingo” que no nos damos cuenta de los inmensísimos beneficios. Ahora me arrepiento de todas las oportunidades perdidas en  que no caminé unos cuantos pasos más para saludar al sagrario del hospital, o ir a alguna de las tantas iglesias a oír alguna misa entre semana, a comulgar. Hoy a dos días de Viernes santo admiro el inmenso sacrificio que hizo Jesús para quedarse cerca de nosotros y  reconozco la dureza de nuestros corazones para entregarnos plenamente a EL. 
En países como Venezuela mucha gente es católica, como una cosa “cultural”, naces y te bautizan (rumba incluida) llegas a tercer grado y primera comunión con todos los amigos del cole (rumba incluida), cuarto ano de bachillerato confirmación con los panas (rumba incluida) te casas por la iglesia (obvio….rumba incluida). Y muchas veces no paramos a darnos cuenta de lo grandioso que es que seamos católicos, claro que tiene que haber RUMBA incluida porque es algo de muchísima alegría, pero no porque sea algo “cultural” sino por el inmenso significado de fondo que tienen todos los pasos que uno decide ir tomando durante el pasar de la vida para estar cara a Dios!
Aquí la gente que va a misa no porque sea algo “cultural”, la gente que va a misa conmigo a esas casitas móviles de las “catacumbas” es porque están convencidos que lo que creen es la VERDAD y que ningún esfuerzo es en vano. Por eso es que el “ambiente”  que allí se siente es simplemente especial.
Ahora entiendo mejor las palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer, que aseguraba que cuando leemos y hacemos nuestra la vida de Jesucristo los que están alrededor se dan cuenta.