¡Cada quién desde su sitio, esté donde esté!

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Cuando de películas se trata se acostumbra a decir que las secuelas son siempre malas. Si tiene suerte, el mejor comentario que puede lograr una segunda parte es un discreto “está bien” seguido inmediatamente de un “pero la primera es mejor”. El artículo que sigue no se trata de películas pero sí es en cierto sentido una secuela. Esperando que aquello que se dice de las películas no se aplique cuando se trata de ensayos, me aventuro a probar suertes y a escribir una segunda parte.

En el artículo denominado Un redescubrimiento del bien común hicimos la siguiente afirmación: “Cada quién desde su sitio, esté donde esté, tiene que asumir su condición de co-constructor de la sociedad humana en la que todos deseamos vivir”. Si esta afirmación se hace ante un auditórium lleno de políticos, nada tuviera de complicada. Pero cuando pensamos en un ama de casa, en un empresario, en un abogado en su escritorio jurídico, en un obrero desde la fábrica, en un médico desde su consultorio, en un campesino arreando el ganado, la afirmación inicial es más compleja. ¿Cómo hacen ellos para ser co-constructores de la sociedad humana en la que todos deseamos vivir? No es una pregunta teórica, es una interrogante que surge luego de escuchar muchas veces: “desde aquí donde estoy, ¿cómo hago para ayudar?”

Ya no recuerdo bien cómo surgió la conversación. Estábamos sentados en las escaleras que ascienden hacia la entrada principal de la residencia universitaria donde vivíamos. Era de noche. Conversábamos sobre un montón de cosas. En algún momento, llegó el tema inevitable: política. Ambos habíamos trabajado en una institución que da formación política a jóvenes y también participábamos activamente de las protestas sociales que considerábamos legítimas. Pero en este caso, hablábamos de política desde una perspectiva distinta. Mi amigo me estaba transmitiendo algo nuevo, había descubierto algo que le había hecho replantear su lucha por el bien común. En un determinado momento, con mucha ilusión, me dice:

– Juan, yo creo que hay que hacer más por el país. Tenemos que lograr que nuestros amigos sean buenos. No basta con que quieran hacer el bien, tienen que querer esforzarse por ser personas virtuosas. A primera vista, parece que eso nada tiene que ver con política. Sin embargo, estoy convencido de que es lo que verdaderamente construirá un mundo mejor.

Con toda sinceridad, no entendí la fuerza que él veía en esa idea, ni porqué le hacía tanta ilusión y lo que menos entendí es porqué dijo eso si estábamos hablando de cómo ayudar al país.

Ya ha pasado algún tiempo desde esa conversación y el tiempo me ha permitido entender lo que en su momento no comprendí. Lo que mi amigo me quiso decir fue que lo que comúnmente se llaman problemas sociales, en realidad no son problemas de “la sociedad”, son problemas de personas concretas, son problemas personales. Son problemas que al ser sufridos por tantos miembros de una sociedad se convierten en problemas comunes, pero que en el fondo siguen siendo problemas personales, problemas de las personas concretas que integran esa sociedad. Es por esto, que ayudar a resolver los problemas personales, es ayudar a resolver los problemas sociales. Es en esta tarea, en la tarea de ayudar a cada miembro de la comunidad que nos rodea donde un ama de casa, un empresario, un abogado, un obrero, un médico, un campesino se convierte en co-constructor de la sociedad y contribuye a su perfeccionamiento. Es el esmero de la madre que enseña a su hijo a ser honesto, donde se la vence la corrupción. Es el esfuerzo del padre que enseña a sus hijos a comprender y perdonar, donde se resuelve la violencia. Es en la conducta del patrono que paga lo merecido al trabajador, donde se resuelve la injusticia. Es el empeño del profesor por educar con rectitud, donde ser resuelve la ignorancia. Es en la familia donde se aprende a amar, donde se resuelve el odio y se construyen las bases para la sociedad que soñamos. Son, en conclusión, los corazones de los ciudadanos que se deciden a ser buenos y a enseñar a otros a serlo lo que construye la sociedad que queremos.

“Desde aquí donde estoy, ¿cómo hago para ayudar?”, la respuesta la da mi amigo: “Tenemos que luchar para que nuestros amigos sean buenos. No basta con que quieran hacer el bien, tienen que querer esforzarse por ser personas virtuosas. Es lo que verdaderamente construirá un mundo mejor”.

Un redescubrimento del bien común

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Esta es una de las anécdotas que hacen honor al nombre del blog. La idea que quiero compartir se desarrolla a raíz de esas conversaciones que tanto disfruto. Esta conversación tiene una particularidad, no fue iniciada espontáneamente. Era una reunión prevista pero que sin embargo, terminó resultando muy distinta a cómo yo había pensado. Tan distinta que he querido compartirla con ustedes.
Un día me llama un amigo y me propone reunirnos unas horas más tarde en un conocido café caraqueño. Era una reunión que teníamos pendiente porque ambos queríamos intercambiar impresiones sobre nuestro futura dedicación a la política venezolana y los próximos pasos de la organización en la que ambos trabajábamos. Yo decidí aprovechar la oportunidad para hacerle saber que me venía a vivir a Puerto Rico.
¡¿Y por qué?! fueron sus primeras palabras. Me tome el tiempo necesario para explicarle las razones que llevaron a tomar la decisión. Fue una conversación larga. Poco a poco fuimos intercambiando ideas hasta que no solo comprendió (eso lo hace cualquiera), sino que me apoyó (eso lo hacen los amigos).
Ya finalizando la conversación, le dije:
– Quiero que sepas que mi compromiso con Venezuela permanece intacto. Dios ha previsto que ayude al país de un modo distinto al que tenía pensado pero el afán de servir al país no ha disminuido en lo más mínimo. Desde Puerto Rico seguiré haciendo todo lo que pueda en favor de Venezuela.
Su respuesta fue,
– Juan, pana, no te preocupes. Ya tú eres un general de este ejército pero te ha tocado dirigir otra brigada.
Ante mi cara de sorpresa, explicó:
-. Siempre estamos luchando por lo mismo: una sociedad más justa. Cambiar de país no quiere decir que dejes de luchar por Venezuela, en el fondo lo que queremos es que la sociedad universal sea más justa y tú desde Puerto Rico puedes seguir trabajando por eso.
Yo no sabía que contestar. Fui a la reunión pensando en dar explicaciones y terminé recibiéndolas. Cuándo logré decir algo, lo primero que hice fue darle las gracias por el apoyo pero sobre todo por recordarme y aquí extiendo el recordatorio a todos los lectores, que el bien común no tiene fronteras. Cada quién desde su sitio, esté donde esté, tiene que asumir su condición de co-constructor de la sociedad humana en la que todos deseamos vivir. Podemos ser ciudadanos venezolanos o puertoriqueños, francés o españoles, chinos o vietnamitas pero en última instancia somos todos ciudadanos del mundo.

Un aporte externo

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Quería compartir con ustedes este comentario. Me lo hizo llegar uno de mis más asiduos lectores: mi madre. Es un texto que contiene la cita de Edmund Burke que preside este blog. Los dejo con las palabras de Robert Peters,

THE IMPORTANCE OF MAKING COMPLAINS

“There are, of course, many reasons why people don’t make complains, but most people don’t make complains either because they are too busy and tired or because they think their voice won’t be heard.
“The price of liberty is eternal vigilance”. To preserve our liberty each generation must pay a price. They also forget: ” The only thing necessary for evil to triumph is for good people to do nothing”. They also make the mistake of doing nothing because they can’t do everything.
” I don’t care how busy and tired I am; I don’t care what others do or don’t; I’m going to do the right thing,” things would begin to change for the better and quickly.

By Robert Peters, President of Morality in Media

Patriotismo del bueno

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Esta es una historia que no viví personalmente, por eso no estará narrada en primera persona. La historia comienza con una familia que  – por asuntos políticos – tiene que salir de su tierra natal.  Los miembros asumen esa difícil experiencia de la emigración como una aventura. Con mucho optimismo van amoldándose a la nueva cultura. En mayor o menor medida todos sus miembros van conociendo la historia, la geografía, las instituciones políticas, las manifestaciones culturales, el idioma, las costumbres sociales de la nueva tierra. Van conociendo a muchas personas y consolidando amistades con muchas de ellas,  con otras  -como no se puede caerle bien a todo el mundo- se mantiene el estatus de “conocidos”.  Luego de transcurridos algunos años fuera de Venezuela, a la familia protagonista de esta historia se le ve como pez en el agua por los territorios de Estados Unidos de Norteamérica.
                En un determinado momento, los papás deciden que es conveniente proceder a la naturalización de sus hijos. Es decir, que sean reconocidos como nacionales y no como extranjeros residentes. Empiezan los típicos trámites burocráticos para obtener la ciudadanía. Ya se ve que por más desarrollado que esté un país, esta gestión siempre será complicada. Por fin, se consigue llegar a la última fase, los aspirantes deber presentarse y pronunciar el famoso juramento ampliamente conocido gracias a Hollywood y sus películas sobre los liceos norteamericanos: “I pledge allegiance to the flag of the United States of America…” 
                Resulta que las 3 hijas menores de esta familia, de las cuales ninguna pasa de 13 años, deciden que ellas no harán el juramento porque no van a  jurar ante una bandera que no es la suya. Así se lo hacen saber a su mamá. Conmovida por la actitud de sus hijas, estuvo pensando el asunto, consigue la solución y se la comenta. Las hijas acceden y justo antes de salir a las oficinas gubernamentales, la mamá tomó 3 Torontos de un mueble de la cocina y se montó en el carro. Con Toronto me refiero, a un producto venezolano que consiste en una bola de chocolate rellena con una avellana. Todo venezolano siempre dirá que está carísimo pero que vale la pena. Al llegar, la mamá le da un Toronto a sus tres hijas y les susurra algo al oído. Las tres niñas, ya frente al funcionario y pronunciando el “Pledge of allegiance” tienen la mano derecha levantada (gesto acostumbrado en las juramentaciones) y la mano izquierda metida en el bolsillo, ¿porqué en el bolsillo?, porque están apretando fuertemente su Toronto. La mamá les había dicho: “el Toronto será el símbolo de que por más juramento que hagan, siempre serán auténticas venezolanas”.
                Oír la actitud asumida por esas niñas y la solución al “problema” es por lo menos, divertido. Yo, personalmente, me conmoví. Veo ahí una señal de un patriotismo genuino. Lejos del concepto deformado de patriotismo que ha causado grandes tragedias para la humanidad, esta anécdota refleja el sentido auténtico de esa virtud, es el amor al país que conquista un espacio primordial en los corazones de sus ciudadanos y los lleva a servirlo y a defenderlo.

La razón de ser de este blog

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Una vez por razones personales tuve que pasar una temporada larga en NuevaYork. Estuve trabajando en un Instituto que se dedica a dar cursos de gerencia para empresas de entretenimiento. En mi recorrido diario a la oficina aprovechaba para disfrutar de todas las cosas que pasaban a mi alrededor. Algunas más pintorescas y excéntricas que otras pero me entretenía con todas las manifestaciones de esa inmensa diversidad cultural que presentan las grandes metrópolis del mundo.

A las semanas de estar ahí una de mis amistades en el Imperio, me preguntó en un tono entre irónico y serio: Hey Juan (O, Joaaan, como lo diría un gringo en un esfuerzo heroico por pronunciar mi nombre), everything that happens to you is like a great adventure?  Al principio no entendí la pregunta, luego me dí cuenta de que para aquél buen ciudadano de los Estados Unidos era una sorpresa la pasión y la emoción que -inconscientemente- le iba imprimiendo a los relatos que surgían en mis andanzas diarias por Nueva York.

Con el tiempo me he dado cuenta que es algo muy propio de los latinos esa espontáneidad y estilo para hacer de cosas simbólicas o irrelevantes grandes anécdotas de conversación. La mayoría de las veces las reuniones sociales, las conversaciones en los pasillos universitarios o liceístas, los encuentros familiares están continuamente centradas en los famosos “cuentos”.

De tal manera que he decido publicar este blog para poner por escrito algunas de las experiencias vividas que, por alguna razón,  han quedado grabadas en mi memoria. Sin embargo, no pretendo ser yo el único autor, me encantaría que cualquiera que tenga cuentos que “hechar” o cuentos que “hacer” (como dirían en estas tierras boricuas) se animara a escribir y a aportar.