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Viejos influencers

Querido Juan Antonio,

¿Lo recuerdas? Quizá es algo que les ha pasado a otros. Estabas sentado en el pupitre del salón, rodeado de esas paredes de ladrillo que decoran todos los edificios del Colegio Los Arcos. Entre ellas pasaste 11 años de tu vida. Seguro que no las has olvidado. Eras un niño todavía cuando sucedió lo que voy a relatarte; un niño de esos que se molestan cuando le dicen “niño” porque a los 12 años ya invocan su derecho a ser llamados adolescentes.

En el maravilloso clima templado de una mañana en Caracas, escuchabas al profesor dar una clase que te parecía aburridísima y empezaste a pensar cómo lo harías en caso de ser tú el profesor. “Yo nunca mandaría una tarea de un día para otro”, te aseguraste. Luego se te pasó por la cabeza que muy posiblemente tu profesor también había pensado lo mismo cuando era estudiante.  ¿Qué habrá pasado? ¿Por qué entonces hace lo que hace? Llegaste a la conclusión de que, con el paso de los años, se le había olvidado lo que pensó cuando era un joven alumno. ¡A mí no me pasará eso!, afirmaste con ingenua seguridad.

Los pasillos del colegio

Te he escrito esta carta para cuando cumplas 65 años. Veo que falta mucho para eso así que decidí publicarla en la web para que otros puedan aprovecharla. También, de esta manera, para ti será más fácil conseguirla en el futuro. Es posible que se haya desdibujado de tu memoria el acontecimiento que narré en los primeros párrafos. Pero he querido recordártelo para que así cumplas tu deseo. No precisamente en el ámbito educativo sino en otro sobre el que también desarrollaste teorías y propósitos. Quiero contarte cómo pensabas que las personas mayores podían ser “influencers” en la vida de los más jóvenes.  No sé si la palabra influencer se seguirá usando cuando leas esto, pero seguro que entenderás a lo que me refiero.

Pues resulta que siempre pensaste, porque lo viviste, que la edad no es un obstáculo para que los mayores sean los influencers más importantes de la gente joven. Por el contrario, pudiste palpar que quienes comienzan el recorrido de la vida anhelan una figura con experiencia que los oriente y les pueda señalar el camino. Sin embargo, te dabas cuenta de que dicha figura tenía que cumplir algunas condiciones. Para que alguien con experiencia de vida preste una ayuda eficaz a un joven, debe poder transmitir esperanza, dar confianza y comprender los cambios generacionales. Al menos, eso pensabas en tus años de juventud.

¿Recuerdas la experiencia en el campamento que trabajabas? Encargaste a un jovencito de 16 años que organizara uno de los eventos más importantes. Varios te dijeron que no lo hicieras, que era muy joven, que fallaría, que sería una catástrofe. Sin embargo, apostaste por él, le diste confianza y le hiciste sentir que era capaz. Ese adolescente se creció y organizó una actividad que años después todavía se recuerda. Cuando leas esto, esta anécdota difícilmente venga a tu memoria, por eso te la recuerdo, especialmente la lección que te ofreció. Es decir, que la abundante experiencia puede llevar a pensar que quien no la tiene es un incapaz y en vez de potenciar a los jóvenes, se les priva de la oportunidad de crecerse. Aunque los creas inexpertos, apuesta por los jóvenes y dales confianza. Todo es ganancia: si sale bien, habrán crecido; si sale mal, tendrán la experiencia que juzgabas necesaria.

Siempre fuiste un joven idealista. Quizá demasiado. Te hizo sufrir, no pocas veces, los intentos por descorazonarte. Te cuestionabas por qué algunos parecen disfrutar destruyendo sueños. ¿Recuerdas la frasecita que tanto te molestaba?  Al oír tus ilusiones, contestaban: “Eso pensaba yo cuando tenía tu edad. Ya crecerás y te darás cuenta de lo que es la vida real”. Qué tristeza te causaba una visión tan pesimista del mundo. Por el contrario, seguro recuerdas con inmenso cariño a ese señor cercano a los ochenta años. Sentados en el sillón de su oficina, le pediste un consejo profesional. Con una respiración dificultosa y su hablar pausado, te dijo cosas duras, pero te llenó de sana ambición. “No tienes la madurez para afrontar ese reto -fueron sus palabras- pero ya la tendrás. Mantente en donde estás, trabaja duro, conoce gente, construye tu prestigio. Luego, das el paso.”

Recuerda, Juan: tu experiencia es valiosa cuando no se centra en la amargura de los malos momentos sino en el bien logrado a pesar de ellos. No se trata de mostrar una realidad ingenua de la existencia, sino de fortalecer la ilusión de quienes al comenzar su vida ya sueñan con poder dejarla en un mundo mejor. Esto es transmitir esperanza.

Por último, recuerda cuánto te sirvió y ¡cuánto aprendiste! de aquella persona mayor que supo comprender y disfrutar de los cambios generacionales. Nunca creyó que “tener experiencia” era “absolutizar la propia experiencia”. No cedió a la tentación de pensar que su modo de hacer las cosas, por más tiempo que llevara haciéndolas, era el único modo de hacerlas. Usaba su experiencia para ayudarte a distinguir lo importante de lo accesorio y te animaba a ir construyendo tu propio camino, con tus modos y tus estilos. Era tan alentador ese modo de ayudar que, aunque pasen los años, sabrás perfectamente a lo que me refiero.

Es posible que, al ver la fecha de esta carta, te sorprenda la edad en la que empecé a tener miedo de que se me olvidara cómo pensaba de joven. Te recuerdo que cuando tenías veintitrés años le preguntaste a un niño de diez: “¿Cuántos años tengo?”. “¡Un montón!”, contestó el niño. O te recuerdo también que tenías diecinueve cuando escuchaste a una señora tratarte de usted por primera vez. Es la prueba de que no está muy claro cuándo se hace la transición y se empieza a ser mayor. Con esta carta, me aseguro de poner por escrito ¡antes de que se me olvide! cómo ser un “viejo influencer”. Al menos, como pensabas tu que podrías serlo.

Espero que te ayude a inspirar a muchos jóvenes. De esta relación entre los mayores y las nuevas generaciones depende, en gran medida, el progreso de la humanidad.

Te envía un abrazo,

Tú, con 34 años

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