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El Via Crucis.
Al día siguiente, viernes 19, fue el Via Crucis. Nos propusimos estar cerca del Papa a como dé lugar. Después de visitar algunos sitios vinculados a la vida del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, nos fuimos en dirección a la Plaza de La Cibeles. Queríamos volver a estar como estuvimos el día de la Misa con el Cardenal Rouco, en la mitad de la plaza de Cibeles. Nos llevamos un susto porque nos encontramos con un gentío inmenso intentando entrar en la plaza. Afortunadamente todavía había espacio. Fueron unos momentos de tensión porque la policía iba dejando entrar a las personas poco a poco pero eran cientos y cientos. Yo sentía que en cualquier momento la policía iba a decir ¡se acabó! ¡No entra más nadie!, pero gracias a Dios ese momento llegó cuando ya estaba adentro y todo los de mi grupo también. Estuvimos más cerca que el día con el Cardenal Rouco. El Vía Crucis se llevó a cabo a lo largo del paseo de Recoletos. Benedicto XVI llegó a la Plaza de la Cibeles y lo siguió a través de un televisor que se había instalado para ese propósito. El estaba arrodillado y a veces sentado, siempre de frente al público. Junto al Papa lo veían en otro televisor el Cardenal Rouco y algún otro Cardenal que no sé quién es.
Nosotros seguíamos el Via Crucis por las pantallas. Lo mejor fue poder estar cerca. Siempre que queríamos, con levantar la cabeza podíamos ver claramente al Santo Padre, se le veía rezando, concentrado, atento a los sucesos.
La cruz fue recorriendo las catorce estaciones del Via Crucis. La cruz la transportaban distintos grupos de jóvenes. El coro y la orquesta de la JMJ (ambos fueron creados específicamente para las jornadas) iban cantando y tocando distintas piezas de música entre estación y estación. Al llegar a una de ellas, se hacía silencio y se leía un texto. Los peregrinos teníamos una guía con los textos de todas las ceremonias litúrgicas de esa semana y pudimos ir siguiendo todas las lecturas del Via Crucis.
El momento culminante del Via Crucis fue sin duda las últimas estaciones. El Señor con la cruz a cuestas y la crucifixión. Mientras se acercaba a la estación que representaba el Señor cargando con la cruz hacia el Calvario, el coro se calla, la orquesta se calla. Empieza a sonar por La Cibeles una saeta llamada el Rostro de Cristo. Una interpretación absolutamente conmovedora que llenó el acontecimiento de un silencio absoluto. Nadie hablaba todo el mundo rezaba. El Via Crucis continuó, se oye por las bocinas: siguiente estación, la Crucifixión. Y en medio del silencio empiezan a sonar, interpretados por la orquesta, los golpes del martillo sobre los clavos. El silencio se hizo aún más profundo. Por lo menos a mí, el sonido de los martillos a todo volumen, me hizo imaginar de un modo muy gráfico la crucifixión. Creo que fue una experiencia común porque nadie se movía y a diferencia de la saeta, cuando el sonido de los martillazos concluyó, nadie aplaudió. Otra vez, la gente rezaba. El Papa no se inmutaba, se le veía con la vista fija en la pantalla y rezando.
Concluido el Via Crucis, el Papa se pone de pie. Esta vez no lo iba a oír desde lejos sino desde cerquita. Cuando se volvió a oír por el micrófono la voz del Santo Padre, La Cibeles volvió a estallar en aplausos, emoción y entusiasmo. El Papa nos animó a no tenerle miedo a la Cruz. Cuando terminó el Via Crucis yo estaba muy contento, pude tener de frente al Papa por una hora entera.
La salida de Cibeles fue igual que el día anterior pero se sentía cómo a medida que se acercaba la jornada final en Cuatro Vientos, la muchedumbre aumentaba.
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