Soñar hasta morir

Tiempo de lectura: 2 minutos
En mis años universitarios, cuando iba a almorzar a casa de mis abuelos, era común que mi abuelo tuviera ideas que compartir sobre cómo ayudar al país en los difíciles momentos que vivimos. Mi abuelo tenía cerca de 80 años y no dejaba de pensar en cómo hacer realidad uno de sus sueños: que Venezuela viviera en libertad y los venezolanos fueran felices.

Gracias a Dios, he estado rodeado de gente, que me ha empujado a soñar, a tener ideales grandes y nobles. Mejor aún, han mantenido el empuje para que también los sepa hacer realidad. Debe ser por esto, que nunca he hecho mucho caso a las no pocas personas que, al contarle mis sueños y ambiciones,  me han llamado idealista, ingenuo o me han dicho “cuando yo era joven, pensaba como tú pero ya la vida te enseñará”.

No les falta razón a aquellos que dicen “la vida te enseñará”. Es verdad, la experiencia te muestra que los sueños y metas se verán llenos de dificultades. Pero, se equivocan, si piensan que eso es escusa para abandonarlos. Abandonar los sueños es rendirse ante el mal. Por eso, quienes así obran, se llenan de pesimismo. Por el contrario, quienes a pesar de las dificultades, insisten, de un modo y de otro, a lo largo de toda la vida por hacer realidad sus metas, se llenan de optimismo y son capaces de encontrar caminos para seguir trabajando por su ideal.

Un refrán popular que he oído muchas veces: el mundo fuera mejor si los viejos pudieran y los jóvenes quisieran. Yo he conocido muchos jóvenes y viejos, que quieren, pueden y hacen mucho. Ambos comparten lo mismo: un compromiso personal de no abandonar nunca, no importa los contratiempos, la lucha por sus sueños. 
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