Patriotismo del bueno

Tiempo de lectura: 3 minutos
Esta es una historia que no viví personalmente, por eso no estará narrada en primera persona. La historia comienza con una familia que  – por asuntos políticos – tiene que salir de su tierra natal.  Los miembros asumen esa difícil experiencia de la emigración como una aventura. Con mucho optimismo van amoldándose a la nueva cultura. En mayor o menor medida todos sus miembros van conociendo la historia, la geografía, las instituciones políticas, las manifestaciones culturales, el idioma, las costumbres sociales de la nueva tierra. Van conociendo a muchas personas y consolidando amistades con muchas de ellas,  con otras  -como no se puede caerle bien a todo el mundo- se mantiene el estatus de “conocidos”.  Luego de transcurridos algunos años fuera de Venezuela, a la familia protagonista de esta historia se le ve como pez en el agua por los territorios de Estados Unidos de Norteamérica.
                En un determinado momento, los papás deciden que es conveniente proceder a la naturalización de sus hijos. Es decir, que sean reconocidos como nacionales y no como extranjeros residentes. Empiezan los típicos trámites burocráticos para obtener la ciudadanía. Ya se ve que por más desarrollado que esté un país, esta gestión siempre será complicada. Por fin, se consigue llegar a la última fase, los aspirantes deber presentarse y pronunciar el famoso juramento ampliamente conocido gracias a Hollywood y sus películas sobre los liceos norteamericanos: “I pledge allegiance to the flag of the United States of America…” 
                Resulta que las 3 hijas menores de esta familia, de las cuales ninguna pasa de 13 años, deciden que ellas no harán el juramento porque no van a  jurar ante una bandera que no es la suya. Así se lo hacen saber a su mamá. Conmovida por la actitud de sus hijas, estuvo pensando el asunto, consigue la solución y se la comenta. Las hijas acceden y justo antes de salir a las oficinas gubernamentales, la mamá tomó 3 Torontos de un mueble de la cocina y se montó en el carro. Con Toronto me refiero, a un producto venezolano que consiste en una bola de chocolate rellena con una avellana. Todo venezolano siempre dirá que está carísimo pero que vale la pena. Al llegar, la mamá le da un Toronto a sus tres hijas y les susurra algo al oído. Las tres niñas, ya frente al funcionario y pronunciando el “Pledge of allegiance” tienen la mano derecha levantada (gesto acostumbrado en las juramentaciones) y la mano izquierda metida en el bolsillo, ¿porqué en el bolsillo?, porque están apretando fuertemente su Toronto. La mamá les había dicho: “el Toronto será el símbolo de que por más juramento que hagan, siempre serán auténticas venezolanas”.
                Oír la actitud asumida por esas niñas y la solución al “problema” es por lo menos, divertido. Yo, personalmente, me conmoví. Veo ahí una señal de un patriotismo genuino. Lejos del concepto deformado de patriotismo que ha causado grandes tragedias para la humanidad, esta anécdota refleja el sentido auténtico de esa virtud, es el amor al país que conquista un espacio primordial en los corazones de sus ciudadanos y los lleva a servirlo y a defenderlo.
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