Recuerdos de Nucipan
Cuando me decidí a robar no imaginé semejante desenlace. No fue un robo premeditado sino espontáneo. Yo era un niño, no recuerdo con cuántos años ¿10? ¿9?… En realidad da igual. Acompañé a mi papá a Nucipan, la panadería cercana a casa. Estando allí, me fijé en unas galletas que de verlas se me hacía agua la boca. Estaban detrás de un mostrador, de esos de vidrio, junto con muchas otras galletas y dulces. Tanta variedad era el paraíso de un niño y yo me había encaprichado con unas galletas en particular. Mientras pensaba en cómo convencer a papá de que era absolutamente necesario comprarlas, descubrí que por un lateral había una abertura, al entrar por ella y doblar hacia a la izquierda, se abría un pasillo que correspondía a la parte de atrás del mostrador. Desde ahí, los empleados de la panadería despachaban los dulces a los clientes. Me fijé que en ese momento no había nadie en el pasillo y llegué rápidamente a la conclusión de que no sería difícil escabullirme por el pasillo, tomar dos o tres galletas, metérmelas en el bolsillo y salir como si nada. Nadie se daría cuenta y unas pocas galletas tampoco le importarían al dueño del negocio. Eso era definitivamente más fácil que convencer a mi papá de comprarlas.
Y así lo hice. Mirando hacia todos lados, me aseguré de que no hubiera nadie. Todavía tengo el recuerdo de la adrenalina del momento. Me adentré por la abertura, recorrí rápidamente el pasillo hasta el lugar donde estaban las galletas que quería, metí la mano en el mostrador, tomé algunas, las guardé en mi bolsillo y salí disparado de regreso para reubicarme tras pocos segundos de ausencia, al lado de mi papá que terminaba de pagar la compra. Misión cumplida. Me había hecho con las galletas y con total impunidad.
De regreso en el carro, un Buick Century de color vinotinto, me arrimé a un lateral, sentándome con el bolsillo pegado a la puerta para proteger mi mercancía. Esperé que nos alejáramos de la escena del delito y cuando sentí que ya era terreno seguro saqué mi tesoro del bolsillo para disfrutarlo. En ese momento, todo cambió. Mi hermano, dos años menor que yo, vio las galletas y le pasó lo mismo que a mí, se antojó de comérselas. Su reacción automática fue expresar su deseo y gritó: ¡papá yo también quiero galletas!, ¿De qué galletas hablas hijo? contestó mi viejo. Y la acusación llegó en directo: de las mismas que tiene Juan. Mi papá, un poco confundido, volvió la cabeza hacia atrás desde el asiento del piloto, me vio con las galletas en la mano, e hizo la pregunta obvia: ¿De dónde has sacado esas galletas? Supe inmediatamente que estaba perdido, y atrapado con las manos en la masa confesé mi crimen. Mi padre me pidió que le entregara las galletas, cosa que hice sin dudar, las metió en una bolsa marrón pequeña y se limitó a comentar: ya hablaremos.
Al terminar la gestión que había motivado originalmente la salida, mi padre me llamó aparte para decirme que volveríamos a la panadería para explicar al dueño lo que había pasado y devolver las galletas. Entré en pánico. Me parecía demasiado. Me esforcé con mis pocos años en explicar lo innecesario de semejante procedimiento. Reconocía haber actuado mal, pero nadie se había dado cuenta. A pesar de todo, había logrado pasar inadvertido y quedar bien. No era necesario exponerme a tamaña humillación. Pero todo mi intento fue en vano y nos dirigimos directo a Nucipan. Cuando llegamos, lo recuerdo bien, iba cabizbajo, por delante de mi padre y medio empujado por él porque obviamente no tenía ninguna ilusión por enfrentar la situación. Apareció frente a mí el dueño del local, un señor con bigote, alto y voluminoso que me miraba desde arriba. Sentí que luego de mi confesión, me aplastaría. Pero no tenía escapatoria, y escuché lleno de terror, el momento en que mi padre me lanzaba al ruedo: Señor, mi hijo tiene algo que explicarle…
Conté todo el episodio con una vergüenza que no cabía en mi pequeño cuerpecito. El señor intimidante me escuchaba con atención, podía notar cierta sorpresa en su rostro. Al terminar mi narración se agachó, me miró a los ojos y cuando esperaba un regaño del tamaño de mi vergüenza, dijo: espera aquí… Esos momentos de espera fueron angustiosos. ¡Que misterio! ¿Qué pasará ahora? pensaba con ansiedad. Tras breves minutos, apareció de nuevo el señor panadero, traía la misma bolsa marrón en la que mi padre había puesto las galletas robadas, pero esta vez, no estaban solo las dos o tres que yo había tomado sino que estaba repleta de galletas. Volvió a mirarme a los ojos y me dijo que esa bolsa era el premio por ser honrado y me felicitó por haber dicho la verdad.
Fue así como aprendí que lo importante no es quedar bien, sino hacer el bien. Quizá no siempre nos darán galletas pero recibiremos el premio invalorable de una conciencia en paz.
P.D. Preparando este artículo, me encontré la página de Instagram de Nucipan. Pensé que darle promoción serían un gesto de agradecimiento :):):) La pueden seguir en @pannucipan
TRES PELÍCULAS PARA REFLEXIONAR SOBRE LAS IDEAS DEL ARTÍCULO
Estas películas nos obligan a cuestionarnos, ¿cómo habríamos actuado nosotros?
The Winslow Boy y The Insider son películas para todo público.
The Hidden Life es una película para un público adulto dispuesto a ver cine más artístico. Es sobrecogedora, de impresionante belleza, pero larga y lenta. Utiliza los paisajes, las miradas y los silencios de los personajes para transmitir el mensaje. Asumidas estas advertencias, quien la vea disfrutará de una película impresionante.
Me devore la historia más rápido que tus hermanos las galletas
jajaja Me alegra Carlos. Gracias por leerme. A ver si cuento en el futuro alguna anécdota con mi primo. 🙂
Excelente!!
Gracias Mariana! Tengo especial orgullo de que mis hermanas opinen de mis artículos 🙂 🙂
Yo de chiquito hice lo mismo. Me robé unos caramelos en un automercado. En el carro, mi papá se dió cuenta.
Pero el desenlace fue más conmovedor: cuando llegamos a la casa, me pegó en las manos, me agarró por las patillas y me encerró en el cuarto por una semana sin permiso de ver televisión. Aprendí la lección para siempre y lo agradezco.
Wow! Gracias por tu comentario. Ya se me ve que hay distintos estilos. En cualquier caso, ambos funcionaron 🙂
Gracias Juan! Lo disfruteeeee…que susto! Que lección!
Lu! Gracias por tu mensaje. Te aseguro que si, que fue un susto.
Gracias a esos malos ratos que nos hicieron pasar nuestros padres “buscados por nosotros mismos” aprendimos tanto sobre lo que es correcto y la importancia de la honestidad. Muy buen artículo…saludos Juan!!!!
Héctor! Muchas gracias por escribir. Así es. Seguro tu también estás en esa aventura, y lo harás fenomenal. Pa´ lante!
Excelente historia, que buen escritor eres!! Y excelentes las recomendaciones de película!!
Gracias Ana, la verdad es que tengo muchos hermanos de los que aprender
Me encantó, gracias por las recomendaciones de las películas. Saludos!
Carmen! Muchas gracias. Espero que las puedas disfrutar y si compartes el artículo otros podrán hacerlo también 🙂
Muy buen artículo Juan. Muy bien escrito. Las historias personales siempre enseñan más que los manuales… Tu historia se parece a las de Scott Hahn en su libro “Señor, ten piedad” sobre la confesión. Lo primero que hace en ese libro es contar una historia personal muy parecida a la tuya, y que tituló “El ladrón de Pittsburg”. Fue un robo más grave, por supuesto. Pero parte de allí para convencernos de la necesidad de decir la verdad.
Muchas gracias Alfredo, me alegra que haya despertado esa reflexión, no había pensado en que podría hacerse esa lectura del texto.
Muy buebo, Juan Antonio. Muchas gracias.
José M. muchas gracias por tu comentario, intento no decir cosas como aquella que le gustaba comentar a un amigo de alguien que escribió “el ladrón entró por la ventana y viceversa”
Narras muy bien esta historia, por un momento me convertí en ese niño. Esta anécdota me recuerda el sacramento de la confesión. Tenemos que tener la humildad de ese niño a la hora de hablar con nuestro director espiritual.
Gracias
Efrain, te agradezvo tu comentario. Como le comenté a Alfredo, no esperaba que pudiera hacerse es tipo de lectura del texto que publiqué pero me alegro que lleve a la gente a conclusiones de ese estilo. Hacia adelante!
Excelente ! Sentí que estaba en la Panaderia contigo! Gracias por compartirlo!
Gracias Ayleen! No dudes en hacerlo llegar a todos quienes piensen que les puede gustar/ayudar.
I will!!!
Que buena historia Juan! Y solo me imaginaba a mi tío Ricardo regresándose, leyendo tu historia era como sí lo estuviese escuchando! Me encanto y muy buena moraleja!
Cori! Mil gracias por tu comentario. Para los que son familia ponerle cara a los protagonistas le suma mucho a la historia. Me alegra que te lo hayas disfrutado. Por favor, compártelo con cualquiera que creas que pueda aprovecharlo.
Divertido y profundo…
Gracias Jose por tu comentario! Me alegra que lo hayas disfrutado… Compártelo para que otros también puedan sacarle provecho.
Juani, me encantó! La verdad es que más que todo, me causo tanta ternura. Cada persona en esta historia fue un gran educador, hasta el panadero… it takes a village! Genial!
Así es! Gracias por tu comentario y no dudes en compartirlo con quienes lo puedan aprovechar.
Juan, cada artículo me gusta más que el anterior, no dudes en seguir adelante!
Muchísimas gracias Marisabel, me alegra que vayamos mejorando. No dudes en compartirlo!
Juan,
This is the best podcast I’ve experience. It brings the additional input of great movies (at least the Winslow Boy, which I’ve seen).
The story is wonderful and so plainly said. Question: where was Nucipan because Ana’s complaint was for Mis Quesos in Sta Fe.
Also , what a wonderful reference to Nucipan’s website. What a gentleman the owner is.
The whole podcast is the best I’ve seen. Thank you for this moment of joy.
Richard (the father in the story!)
Guaoooo Juan Antonio gracias por tal anécdota, ” no es quedar bien sino hacer el Bien” que verdad para llevarlo siempre en la vida inclusive como Epitafio en la Tumba. Amén.