La reunión del corazón
Era media tarde cuando tuve que darle la difícil noticia. Una sala de estar cuadrada con una mesa redonda en el centro. Desde donde estaba sentado, un sofá azul para dos personas, veía la puerta abierta de la oficina de mi abuelo. Mi abuela se sentaba en un sillón diagonal al mío, azul también. La recuerdo reclinada un poco hacia adelante, sin apoyar la espalda en el sillón. Conversábamos, como hemos hecho por años en esos mismo muebles, cuando le conté que me mudaba para Puerto Rico. Me miró intensamente. Noté en su cara el dolor. Sin más preámbulos me dijo: “no pasa nada, ya estoy acostumbrada a que Dios me vaya arrancando el corazón a pedazos”. Acto seguido, le cambió el semblante y casi con entusiasmo me animó a hacer lo que consideraba correcto.
Ese día salí del apartamento 3A del Olivia, así se llama el edificio donde vivieron mis abuelos por más de cuarenta años, y bajé por las escaleras con el corazón encogido. Al despedirme, pude percibir en mi abuela una tensión que intentó disimular sin mucho éxito. La tensión entre el deseo de tenerme cerca, de querer hacer las maletas y acompañarme en mi nueva aventura, y, a la vez, el deseo de permanecer en su sitio donde estaba su esposo, sus hijos y tanta gente en la que tenía puesto su enorme corazón.
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Once años después de esa conversación, me tocó dejar a uno de mis hermanos en el aeropuerto. Estuvimos dos semanas juntos en Puerto Rico. Habían pasado más de quince años sin que pudiéramos estar tanto tiempo bajo el mismo techo. Toda la vida recordaré las conversaciones que tuvimos esos días, sin prisas, llenas de recuerdos que solo tienen hermanos que compartieron el mismo cuarto por muchos años. Llegamos muy justos de tiempo al terminal. Nos encontramos una enorme fila para entrar al aereopuerto. Las medidas sanitarias del COVID-19 lo hacían todo más lento. La despedida fue breve. Me bajé del carro, lo ayudé con las maletas, un abrazo (ya con las mascarillas puestas) y ¡a correr!
Su partida me recordó la despedida con mi abuela. Sentí cómo “Dios me arrancaba un pedazo del corazón”. A la vez, al igual que mi abuela en aquella ocasión, no tenía ninguna intención de irme con él. Mi familia me esperaba en casa y tanta gente que, también a ejemplo de mi abuela, he aprendido a querer. Intuía que mi hermano experimentaba la misma tensión entre querer quedarse y querer irse, entre separarse de uno para poder encontrarse con otros.
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Esa tensión manifiesta la experiencia de un cariño que se resiste a limitarse a unas fronteras geográficas o a un número de personas. Anhela poder estar con todos y querer a todos. Extrañamente, mientras aspira a esa totalidad, desea estar a solas con cada persona querida; que nadie los interrumpa y poder compartir con cada uno como si no existiera otros en el mundo. Se aprende, entonces, que el corazón humano es exigente y desea ¡al mismo tiempo! ser íntimo y expansivo, excluyente y abierto. En síntesis: sueña con estar, a la vez, con una y con todas las personas queridas. En la tierra, esto no es posible. La muerte y las distancias fuerzan despedidas que dejan retazos de corazón regados por el mundo.
Pero no siempre será así. La esperanza cristiana nos habla del Cielo. Allí, liberados de las barreras del tiempo y del espacio, la dispersión llegará a su fin. Todos los pedazos dejados en la tierra se reencuentran, desaparece la tensión y el corazón alcanza lo que siempre buscó: estar ¡a la vez! con todos y con cada uno. Por eso, si algo es el Cielo es una reunión del corazón.
Y así está ahora mi abuela Totoya (como le decíamos todos). Con el corazón reunido. Quizá por eso, cuando falleció hace mes y medio, sentí una alegría al imaginarla con todos los que en el Cielo la esperaban: su esposo -¡mi gran abuelo!-, sus hermanos, sus papás… Y, al mismo tiempo, sentirla junto a mi y junto a los que seguimos recorriendo esta tierra: sus hijos, nietos, amigos… Ahora, ¡al fin! tiene lo que siempre quiso y buscó: estar con cada uno y estar con todos, con los que están en el Cielo y con los que están en la tierra. Empezando por la Virgen María y la Santísima Trinidad, sus grandes amores.
P.D: Al escribir estas líneas me vinieron a la memoria otras que escribí cuando falleció mi abuelo. Pueden leerlas AQUÍ.
El corazón humano está hecho para el cielo y será allá “arriba” que podrá llenarse a capacidad.
Juanito, sigue inspirando con ese espíritu de servicio y mantén la sonrisa eterna que te enseño el abuelo.
Muchísimas gracias, eso intento. Tengo la ventaja de contar el ejemplo de mis tíos y tías, los hijos de mi abuelo que heredaron esa vitalidad sonriente.
Agradecido! Seguimos adelante!
Siempre he pensado que en el cielo, volveremos a estar con nuestros seres amados que conocimos y convivimos y no esta presentes aqui y con los que rezamos a diario queriendo conocer alguna vez.
Me alegra que compartamos ese sueño. Muchas gracias por escribir.
Tu hermano es tu version agrandada… Que bueno que pudieron compartir unos dias
Juan Antonio, cuando alguien tiene la capacidad de transportar al lector con sus escritos a sus sentimientos y hacerle sentir como si fuera parte de la historia que cuenta, ese alguien es una gran escritor. Te comparte que a mi también se me encogió el corazón y me hizo recordar gratos momentos que viví con mis abuelos, que fueron mis padres, a los que recuerdo con entrañable amor. Y si, mi esperanza es que algún día nos encontraremos todos en el cielo y disfrutaremos juntos del amor de Dios.
Solo me resta animarte a que continúes compartiendo a través de tus escritos, que esperamos con ansias, y que los conviertas en un libro para que muchos más tengan la oportunidad de disfrutar. Un abrazo.
Luis! Gracias por tus cariñosas palabras. Son un impulso importante para seguir escribiendo. Publicar un libro sería un proyecto espectacular. Me lo apunto a ver si sale adelante!
Muy bello, Juan Antonio… Es una hermosa prosa que refleja lo más interno de tu corazón, unas verdades de esta realidad imperfecta pero bella a la vez… que sentimos todos… que siento yo en estos momentos y que lo explicas mejor que yo porque no encontraba palabras y tú las encontraste… Lamento la partida de tu abuela… pero hay gozo… porque ya puede estar en todas partes y con todos… Gracias y Dios te bendiga por compartirlo… Manuel
Así es hermano! Wao! Al leerlo refleja tanto de la realidad que nos toca vivir en este momento… Bueno siempre con la esperanza puesta en Dios. Gracias a Juan Antonio por el escrito y a ti hermano por compartirlo….
Muchas Gracias a ti Elaine por leerlo y comentar. Me alegra que podamos compartir esa esperanza. Siempre hacia adelante
Manuel! Te agradezco mucho tus sentidas palabras. Estoy contigo, incluso en estos momentos se sienta gozo a pesar del dolor. Curiosa combinación que nos permite la fe. Seguimos hacia adelante!
Así es hermano! Wao! Al leerlo refleja tanto de la realidad que nos toca vivir en este momento… Bueno siempre con la esperanza puesta en Dios. Gracias a Juan Antonio por el escrito y a ti hermano por compartirlo….