La Sonrisa de Dios.

Tiempo de lectura: 2 minutos
Iba caminando con dos de mis hermanas por las calles de Pamplona, una bella y acogedora ciudad en el norte de España. Entramos en una pequeña Iglesia.  Rezamos brevemente y al salir, una de mis hermanas -tiene 17 años- me pregunta ¿Por qué crees que en las Iglesias la mayoría evidente de la gente, es gente mayor?
En realidad, latía en el fondo de esa pregunta (como se demostró con el desarrollo de la conversación),  otra inquietud: ¿Qué se puede hacer para que también los jóvenes se acerquen a Dios?
Ante esa pregunta, propongo lo siguiente: entre los creyentes tiene que ser más notable la alegría de vivir cerca de Dios. Y para ello, un posible camino, es leer el Evangelio y descubrir ahí la sonrisa de Cristo.
De la vida de Cristo sabemos que lloró amargamente por Lázaro, que se compadeció de ella al ver a la muchedumbre, que lo miró y lo llamóhablando de Mateo, que enseñaba a todas las gentes, etc. Pero siempre he extrañado que en la Sagrada Escritura no se dijera en ningún momento que Jesucristo sonrió.Sin embargo, no puedo imaginar que una persona amargada, con mala cara y gruñona fuera tan atractiva a la sociedad de su época. Cuentan los Evangelios que lo seguían miles y es también conocido que tenía muchos amigos: Marta, María, Lázaro, los Apóstoles, Nicodemo, entre otros. Jesús de Nazaret, estoy seguro, era una persona simpatiquísima. Por eso, pienso que el vacío evangélico sobre la sonrisa de Cristo es la consecuencia lógica de que su sonrisa era su actitud habitual. Y sucede, lo que sucede con casi cualquier cosa que supone lo normal: pasa desapercibida.

Si leemos el Evangelio con atención, con deseos de descubrir al Cristo sonriente, lo encontraremos. Y será entonces más fácil vivir con esa alegría irresistible que contagian los santos. Seremos capaces de atraer a toda esa juventud, que en el fondo de su alma solo desean encontrarse con ese Dios, que los quiere muchísimo y los espera sonriendo.
4 replies
  1. Roberto A Lopez
    Roberto A Lopez says:

    Aunque casi nunca me parece justo preguntar por lo que los Evangelios NO dicen, la certeza de ser queridos no es algo que atraiga a los jóvenes, es una necesidad innata de todo ser humano.

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